¿Hombres?
Definitivamente
nunca discutiría que todos, hombres y mujeres, llevamos en nuestro
interior tanto energía masculina como femenina, en constante danza e
interacción.
Definitivamente
nunca discutiría que hay muchísimos hombres presos en la sombra de
la masculinidad.
Esta sombra es todo
aquello que durante generaciones y generaciones hemos depositado,
hombres, en nuestro inconsciente. Es la sensación de que la
vulnerabilidad es debilidad, y la debilidad la peor de las
ineptitudes. Por negar nuestras emociones, nuestras heridas, hemos
gestado una gran violencia hacia el exterior, hacia los hombres -dado
que fue nuestro padre el primero en enseñarnos que “los hombres no
lloran”, como hacia las mujeres, tal vez por una cierta envidia de
que ellas tengan el derecho de manifestar su emocionalidad, tal vez
porque al no ver nuestro propio camino, todo lo que nos ha quedado ha
sido depender de ellas. Y dependencia es debilidad, y debilidad es la
peor de las ineptitudes.
Definitivamente
nunca lo discutiría. La sombra de lo masculino está hoy tan
presente como en los años 30, o en la edad media. Y este masculino
inconsciente se manifiesta cuando no se toma lo femenino, no se
integra, no se honra adentro y afuera.
Ese antiguo
arquetipo masculino del macho superhéroe, que puede con todo, que es
invulnerable, un hombre de hierro, indestructible, sigue aún
sumamente vigente. Hombres competitivos, trabajadores, siguen
impregnando nuestro inconsciente como ideales masculinos.
Pero si bien todo
esto sigue manifiesto, definitivamente no tiene el rol que tenía
hace apenas 40 años, incluso en la generación de nuestros padres.
Yo tengo 23 años,
nací en el 1992 en un contexto donde el ideal masculino venía en
debacle hacia ya muchísimos años, por lo menos 20. Nací en un
contexto donde ya nadie tenía idea de qué significaba ser hombre.
Si bien nací en un
mundo donde existía más registro acerca de la emocionalidad del
hombre, también sufrí en el colegio lo que hablaba antes. Mis
compañeros me burlaban por mi sensibilidad que, aunque bien acogida
por mis padres en casa, nunca encontró su lugar frente a mis pares.
Así, una falza fuerza fue intentando imponerse. En casa fui poeta y
músico desde los 12 años. Recién a los 16 compartí con una novia
de ese entonces mis poemas. Recién a los 17 con otros varones, para
quienes mi poesía era motivo de burla. Recién a los 18 con otros
varones, que celebraron mi poesía, que también eran poetas.
Cuando el primer
varón celebró mi poesía, dejé salir toda esa feminidad que me
había encargado de encajonar en los ámbitos sociales, aunque
reconocida en casa. Y para cuando me quise dar cuenta, era el típico
muchacho New Age: una voz suave, una actitud suave, preocupado por la
ecología, vegano, amoroso con todos -incluso con las nuevas caras
que la violencia de otros hombres iba tomando, ya no compañeros del
secundario sino desconocidos en la internet, que reaccionaban ante
mis posts en facebook tan “espirituales”, insultándome,
defenestrándome.
Definitivamente
nunca discutiría que la sombra de lo masculino sigue aún vigente,
que hay muchísimos ámbitos sociales donde los hombres siguen
negando su femenino y, por ello, manifestando lo peor de su
masculino. Lo viví en carne propia, desde los 11 hasta los 18 años.
Pero una vez que entré en contacto con el ámbito espiritualoide, a
mis 18 años, comencé a explorar un contexto absolutamente
diferente.
Y es por eso que me
centro tanto, en lo que escribo y en los talleres acerca de
masculinidad que doy, en el hombre castrado.
El hombre castrado
es aquel que, habiendo reconocido su femenino, comenzó a negar su
masculino.
Insisto en que para
que exista un masculino consciente, y no toda la mierda de lo
masculino que durante mucho tiempo hemos visto, es necesario que se
acepte y se honre lo femenino, que se explore y no se tenga miedo de
manifestar -o no tenga miedo de manifestar el miedo. Para que haya un
masculino consciente, es necesario ver la herida y poder abrirla,
poder expresarla y exponerla -no ante cualquiera, como yo hice, sino
ante aquellos que realmente se hayan ganado nuestra confianza.
El hombre
castrado
Los hombres de mi
generación hemos nacido en un contexto donde ya nadie sabía que
significaba ser hombre, donde lo femenino en el hombre ya podía
tener su lugar. Pero nacimos en un contexto también muy devastado
por la sombra masculina que durante generaciones y generaciones se
había manifestado. Crecimos, la mayoría, educados por nuestras
madres, muchas veces por padres perdidos, desorientados, blandos.
Crcecimos sin nadie que nos inicie, nadie que nos reconozca realmente
por lo que somos. Crecimos sin una imágen masculina capaz de
guiarnos, de transmitirnos un oficio o un camino. Crecimos solos,
creando nuestras propias iniciaciones, como expone Robert Bly, con
drogas y peleas.
Soy de una
generación en la cual las cualidades masculinas de fuerza,
dirección, decisión, humor, furia, pasión, desafío, lucha,
límite, disciplina, ya no son el ideal que eran para mis abuelos,
sino que se parecen más bien a malas palabras.
Muchas de estas
cualidades pueden ser tal vez expresadas por mujeres, y eso está
bien, porque ellas no tienen la carga y la culpa que los hombres
llevamos por todo el daño que hemos creado en el pasado, cuando
nuestro femenino permanecía inconsciente, cuando estas cualidades
surgían desde la sombra y el miedo. Muchos hombres de mi generación
llevamos con nosotros kilos y kilos de culpa, y esta culpa duele. Y
muchos hombres de mi generación descubrimos que manifestando esas
cualidades masculinas, la madre nos reprocha, el padre no nos
entiende. Y un día, descubrimos que expresando nuestras cualidades
femeninas, la sociedad nos acepta. Así como antes quería hombres
fuertes y seguros, decididos y confiados, pareciera que hoy es más
preciado el hombre sensible, vulnerable. ¡Y benditos sean estos
hombres!
Pero si algo he visto en los talleres de
masculinidad que guío hace ya varios años, si algo he visto en mí
mismo y en mis amigos más íntimos, es el gran miedo que tenemos a
nuestra energía masculina. Tenemos un profundo temor a manifestar
las cualidades antes nombradas, tememos que si las manifestamos las
mujeres dejen de querernos, los hombres nos vean como una amenaza y
se alejen. Tememos terriblemente expresar nuestra totalidad,
relegando esta vez lo masculino a segundo plano. Estamos castrados,
muchachos, nos cortaron las bolas.
O más bien, creo que ya
estamos a tiempo de decirlo: nosotros mismos nos cortamos las bolas.
Es cierto que estábamos solos, es cierto que no supimos cómo, es
cierto que, al conectar con nuestro femenino, encontramos una cierta
calma, algo que creímos parecido a la paz. Pero esta paz no era paz,
era ausencia de energía. Confundimos ausencia de energía con
quietud interior. Fuimos castrándonos cada día un poco más,
descartando cada día un poco más nuestras cualidades masculinas,
volviéndonos hombres sensibles y sonrientes, amorosos y sutiles.
Pero si de repente es necesaria la fuerza, no tenemos idea como
aplicarla. Si estuvieran violando a una mujer delante nuestro, no
sabríamos defenderla. Intentaríamos hablar amablemente con el
violador, o abrazarlo. Pero hay veces en que la violencia es sana,
hay veces en que es indispensable poner un límite.
Nuestra generación,
muchachos, no sabe bien cómo ni cuándo es necesario poner límites,
cómo ni cuándo es necesaria la fuerza, cómo ni cuándo es
necesaria la pasión o el humor. Y así como también es necesario
reconocer nuestros miedos y honrarlos, permitirnos sentir tristeza,
es necesario que aprendamos de nuestra ira y de nuestra furia, de
nuestra pasión y de nuestra misión.
¿Por qué le hablo
a los hombres?
Porque los hombres somos los que cargamos con
casi toda la culpa de lo masculino. Aunque las mujeres también
tengan energía masculina adentro, somos nosotros los que hemos
manifestado durante tanto tiempo su sombra, dañando. Es sorprendente
la cantidad de veces que en los talleres se habla del “miedo a
lastimar”, del miedo a manifestar nuestra energía masculina.
Y ahí andamos,
desconociendo nuestro propósito, nuestra misión, perdidos,
desorientados y confundidos. Creemos que estamos aprendiendo a
“fluir”, pero estamos muriendo, estamos transformándonos en
zombies. No conocemos nuestro propósito, no sabemos honrarlo, no
sabemos honrar a la tierra, no sabemos honrarnos. Hablamos acerca de
la vida, creemos que defendemos la vida por ser veganos o
ecologistas, pero estamos muriendo cada día un poco más al rechazar
toda nuestra fuerza. Día a día, nos volvemos menos vitales, aunque
creamos que estamos a favor de la vida.
Por eso trato de
hablar con los hombres de mi generación, por eso trato de que juntos
redescubramos el significado acerca de ser hombres. Ya sabemos que no
se trata de ser un macho cabrío. Pero tampoco se puede tratar de
castrar totalmente nuestra masculinidad, para manifestar únicamente
nuestra energía femenina. Definitivamente, NO.
A mis 20 años, caí
en depresión. Entonces, cunado ya todo había perdido su sentido,
apareció en mi vida el Tantra, y apareció un camino de
masculinindad consciente de la mano de mi maestro, Eduardo
Socolovsky, a quien le estoy y le estaré eternamente agradecido. Y
lo primero que tuve que recuperar, para salir de la cama, para
encontrar un sentido a todo esto, fue un propósito. Y para esto,
golpié y golpié a un almohadón durante un mes hasta que una fuerza
totalmente olvidad, relegada, comenzó a volver.
No hablo de un
propósito como el de nuestros abuelos, para quienes el resultado era
todo lo que importaba, no una lucha incesante por llegar a un lugar
creyendo que ahí está la felicidad, sino un faro, una luz en la
orilla que le de un rumbo a este barco. Si no tenemos un pr
opósito,
naufragamos.
Por eso es que hablo
de volver a ser hombres. No porque esté a favor de la masculinidad
inconsciente, no porque crea que hay que negar nuestra sensibilidad.
Hablo de ser hombres, con nuestra sensibilidad, con nuestra
vulnerabilidad, y también con nuestros huevos bien puestos.
¡Hablo de volver a
ser hombres, carajo! Hablo de redescubrir la disciplina, el
propósito, la lucha, la pasión, como fuentes de inspiración. Hablo
de volver a honrar a ese hombre salvaje que nos habita, ese gigante
peludo que vivía en las cavernas y ahora vive en las ciudades, y
muchas veces trata de ocultar sus pelos. Pero somos peludos, carajo,
y tenemos huevos y una pija, y no importa su tamaño, no importa si
es más grande que la del de al lado o más chica, importa que ahí
está, y que necesita ser honrada, tanto como nuestro corazón.
Hablo de volver a
honrar también nuestra masculinidad, porque así como no podíamos
honrarla cunado no conocíamos nuestro lado femenino, tampoco es
cierto que podemos honrar el femenino sin reconocer al masculino que
llevamos dentro. No podemos seguir suicidándonos, desangrándonos y
perdiendo la enregía por el agujero que queda en el lugar de
nuestros huevos cortados.
Hablo de recuperar
lo perdido. Y podemos seguir siendo músicos y poetas, sensibles,
amorosos... pero con los huevos bien puestos. Sólo así podremos ser
realmente respetuosos y atentos para con la mujer y con la tierra,
para con otros hombres. Sólo así podremos honrar a nuestros
ancestros. Sólo así podremos realmente vivir al servicio, pues para
estar al servicio no podemos seguir descartando cualidades nuestras.
Hablo de ser, con
todas las letras, un VARÓN.
Quiero gritar a viva
voz que
SOY UN WERTHEIMER!